La leyenda de Misa de media noche

La realata un señor de 3era edad lleno de paz y con costumbres puras, usaba un saco largo y un sombrero, era de caracter dulce y al mismo tiempo firme. El la relata así…

Hubo en tiempos pasados en la catedral de Morelia un sacristán mayor que fue de la familia de don Juan Vélez, a quien aconteció este maravilloso suceso.
La noche había cerrado obscura y fría. Un viento fuerte zumbaba ruidoso entre los macizos arcos de las torre de la catedral. Negras nubes acumuladas al oriente por la cañada del Rincón brillaban a ratos como relámpagos rojizos. Truenos lejanos repercutían de eco en eco, dando a conocer que la tempestad se aproximaba. El aroma de la tierra mojada hería fuertemente el olfato. De repente grandes gotas empezaron caer deshaciéndose los nubarrones en torrencial aguacero. Diluviaba, que no llovía.
La gente había corrido a refugiarse en sus casas y la campana mayor con su sonora y potente voz tocaba la queda, cuyo sonido se perdía arrebatado por el viento. Los guardias nocturnos se mantenían serenos al abrigo de una puerta o de un balcón, dejando entre las cuatro esquinas de las calles la opaca linterna que brillaba como fuego fatuo merced a la lluvia y las tinieblas. Poco a poco fue calmando la tormenta. Los relámpagos fueron menos frecuentes y vividos.
El trueno se alejó perdiéndose en la inmensidad del espacio. El obscuro cielo descubierto a grandes trechos lucía sus estrellas radiosas y brillantes. El aire húmedo y fresco había plegado sus alas. El búho y la lechuza lanzaban al espacio sus voces medrosas y destempladas, como anunciando fatídicos sucesos. El silencio sólo era interrumpido ya por las horas que daba el reloj de la catedral repetidas de sereno en sereno a voz en cuello.
Mediaba la noche, cuando el padre sacristán de la catedral escuchó con asombro un repique solemne dado por manos invisibles en las torres como si llamaran a misa pontifical. Se levantó de prisa y acudió a ver que significaba aquello, encontrando que las ventanas de la catedral filtraban profusamente una luz dorada como si hubiese maitines. Piensa en un incendio y vuela presuroso hacia la sacristía y !oh asombro! Allí estaban preparados sobre las cajoneras los ornamentos sagrados, como solían en las suntuosas solemnidades. Va a la iglesia, penetra y queda deslumbrado por la profusión de ceras encendidas en las arañas de cristal de roca y en los dorados altares churriguerescos.
En esos momentos un torrente de atronadora armonía salió volando de los tubos del viejo órgano, haciendo vibrar las bóvedas del templo. A esa explosión de acordes arrebatados, sucedió una marcha fúnebre que erizaba los cabellos y sacudía los nervios. La puerta de la cripta se abrió rechinando en sus goznes enmohecidos al empuje de unas manos descarnadas y amarillas.
En el interior de la cripta se dejo oír un ruido macabro de huesos que se unen a huesos, de esqueletos que se levantan, de músculos que brotan, de piel que recubre la carne; ruido imposible de ojos que brillan y se asombran, rumor frío y apagado de acentos seculares, de palabras extrañas de ininteligibles para los oídos del tiempo, zumbido de aire húmedo.

Una respuesta

  1. Esta leyenda la escribí como petición, espero que sigan muy bien gracias por los comentarios!
    Martha

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